viernes, 24 de febrero de 2012

Lezna



Ramón Edwin Colón Pratts: «Lezna:
Atisbos de la cotidianidad puertorriqueña»

Por CARLOS LOPEZ DZUREl libro «Lezna: Atisbos de la cotidianidad puertorriqueña» [Mariana Editores, 2010] viene precedido de un magnífico prólogo de José Enrique Ayaroa Santaliz que describe muy bien la estructura del libro y el sentido del título. Son 31 artículos o breves ensayos en que su autor, Ramón Edwin Colón Pratts, da continuidad a su vocación por el ensayo reflexivo y disectivo.

Lezna es, dice Ayaroa en el Prólogo, «la herramienta de un artesano de la literatura puertorriqueña». «instrumento cortante», «lezna cortante» que «puede servir para dañar o curar». Claro es que la lezna de Ramón Edwin es como bisturí que «lo mismo sana cuando fustiga que cuando elogia o alaba». Había reseñado antes un libro previo. «Estilete» (Imprenta Caribe, San Sebastián, 2002). y la definición (puñal, o punzón, de hoja muy estrecha y aguda) ofrece indicio de la incisividad del instrumento y de las metáforas de las que Colón Pratts se vale para describir una actitud de investigador con un buen escalpelo para abrir paso y sonda examinativa al entrar en materia.

Su «Lezna» y su anterior libro, «Estilete», se parecen. Como primicia de su labor creativa-informativa y su experiencia y conocimiento sobre las leyes que rigen a Puerto Rico, este segundo libro reúne una cantidad igual de artículos y mini-ensayos. Los de «Estilete» fueron, originalmente, publicados entre los años 2000 y 2002, en el periódico «La Estrella de Puerto Rico». Los de «Lezna» parten del año 2002 a periodos gubernativos que se extienden a Rafael Hernández Colón, Sila María Calderón, Pedro Rosselló, Aníbal Acevedo Vilá y, aún los momentos tan actuales, de la vigencia de Fortuño en La Fortaleza y Obama en Casa Blanca.

La periodicidad es importante como ilustración contextual. La historia revela que se ha intensificado la incapacidad del liderazgo para reorientar moral, administrativa y políticamente al país. Como abogado y ciudadano con calidad patriótica, Ramón Edwin escribe, por lo general, sobre el sistema legal que debe corregirse, ahí coloca la lezna. Extirpa y quitaría hasta que desaparezcan de éste, al menois, lo que son sus vicios comunes, o sus cánceres en el sistema de justicia. Critica y fustiga el «salvajismo procesal», «los jueces que viven en otra dimensión y siempre presumen la bondad del sistema y los poderosos» (p. 30), aunque el sistema judicial está plagado de «caculeo intelectual», «blanquitería» (p. 43) y «borrachera loca de narcisismo, protagonismo y soberbia» (p. 140).

La moralidad decadente (promovida por «los legisladores y soplapotes de gabinte»), la pérdida de «la dignidad y el honor», permite que «cualquier ladrón nos gpbiern(e)» (p. 27), como indica en «Pueblo Bendito». Que surjan en el país burócratas como Manuel Díaz Saldaña y Victor Fajardo (descritos en «La Sal Daña») como «cargabates de ignominia», «buscones de encargo», «salario, posición y prominencia» (ps. 57-69). Por desgracia, ni la Contraloría se ha salvado de la mediocridad creciente y la indecencia tolerada. De ahí la necesidad de «devolverle a ese puesto el lustre que alguna vez tuvo» (p. 60).

El abogado Colón Pratts informa en su libro cómo operan los componentes del Tribunal, las oficinas veedoras o que dependen de sus labores, más importante, es cuando habla spnbre cómo se maltratar a la gente, o sea, sus víctimas más pobre. Se concierne con la defensa de los valores del arte, la puertorriqueñidad y la valía moral, por amor a «una tierra que cada vez más se nos convierten en un peñón de drogas, espectáculos, concursos, busconerías, malversación, corrupción y pillje, sin valores, ni ética, sin escrúpulos ni decencia, de chavería y de personeros de la política colonial» (ps. 45-47).

Con estas líneas, citadas arriba, resumiríamos. De ésto trata la mayor parte de su libro. Mas hay muchísimo más ya su ensayística, pese a que cita códigos, expedientes de casos y leyes, fluye. Atrapa. Además, tiene dimensiones poéticas, anecdóticas, costumbristas y reviste agudeza sicológica. La calidad y valentía de los dos libros que conozco de Ramón Edwin se ha crecido en el decenio.

Hay elementos de nostalgia, picaresca al estilo de Pito Pérez. Prosa poética en su evocación de Pepín de la Vega, «peón del pueblo» (en «La Pared» y «Los Otros»). La «boxeadora y sabia lengua del pueblo» es la que origina ese interrogador 'alter-ego' con que él configura al hablante narrativo en 3 páginas y media en «Los Otros». Es una conciencia que pregunta y demanda por justicia al modo de un «pobrecito del Diablo» en la pícara vida, «Vida inútil» de los Pito Pérez. Ese humor pícaro lo veo, por igual, en su artículo, «La Vigencia de Nerón», o un caso de «brutalidad policíaca canina», inspirado por una decisión legal sobre el caso de dos perros en 1963.

Disfruté que haya sido escrito por un puertorriqueño, con conciencia de Nuestra América, como Colón Pratts, el retrato sobre la arrogancia del ex-gobernante español Aznar al pedir al Presidente Hugo Chávez: «¿Por qué no tecallas?» Ramón Edwin calificaría ese razonamiento y arrogancia como cónsono a las actitudes «de pacotilla, de quincalla, tipo Primitivo Aponte» (sic.) y, en consecuencia, festejará, con valentía e ironía 'sui dissant': «Y Chávez, Chávez no se calló» (p. 134), bien que recordaría que Aznar «colaboró y apoyó junto a los estadounidenses el golpe de estado en Venezuela» (p. 133).

¿Y quién es el peninsular pro-yanqui de Aznar para mandar a callar al mandatario venezolano en su propia América?

En momentos en que las rapiñas bancarias, la especie humana de «los banqueros» como «ladrones con licencia licenciosa», han sido señaladas como causantes de desastres financieros y las olas mundiales de protesta, e.g., el Movimiento de Ocupación e Indignación, leer las reflexiones de Ramón Edwin sobre la desfachez, la pordiosería genuina vs. la avieza y la ética básica, que se debe basar en trabajo y creación de oportunidades y sustentabilidad, es refrescante. Con ironía. RECP escribió «Hilaridades» y me gusta su crítica final: «¡Obama, eres más Hillary que Obama!» «Mladito embaucador de disimulado gesto lateral, sacándole el cuerpo a todo. ¡Malditos tus discursos y los que te aplauden!» (p. 126).

En el temario de Colón Pratts, hay reflexiones sobre el apocamiento de los abogados y legisladores que se comportan sólo como «payasos insípidos» (sic). Por eso, a mi juicio, el más efectivo e impactante de sus relatos es el titulado «Abusador», narrativa tan bien llevada, con su perfil sicologizante, que parece un capítulo de novela, aunque sus protagonistas son reales. Un Juez Asociado de Primera Instancia, a saber, Efraín Rivera Pérez que termina siendo censurado y destituído y un acusado humilde y pobre, encarcelado por el susodicho juez, por razones triviales, su prepotencia. La historia de cómo el Comité de Etica Profesional censuró al juez por violar el canon 38 y cómo Luis Fortuño, actual Gobernador, lo vuelve a nombrar a una posición mayor de Juez de Apelaciones y el Senado lo confirma nos indica sobre la pudridez de la judicatura. (ps. 101-106).

El análisis político y sicológico del periodo del Gobernador Rosselló se denota en su ensayo Ante unos líderes del Partido Popular (PPD), «que siempre se han distinguido por la falta de espina dorsal que los mantenga erguidos» (p. 99), el autor dibuja dos varones de la oposición y, claro está, con sus defectos propios. Son «apuntadores», esto es, gente que amenaza y amedrenta a sus críticos. Como hizo Tomás Rivera (PNP) al periodista Danilo Arbilla; así de 'apuntador' y déspota, es Pedro Rosselló, «le gusta eso del dedito, y el macharrán que lo quiere emular (Rivera Schatz) lo esgrime diariamente como espadachín con sable de uña y hueso» (p. 98).

Hay otras observaciones que dan colores sicologizantes a los relatos y que, por cotidianidades coloniales, traen planteamientos como son el «enredo de libertad, selección y lealtades», la disolución de la racionalidad en la excusa del "porque si" (el voto injustificado, irreflexivo por inercia). Ramón Edwin analiza la falta de sensibilidad para conmoverse con las pérdidas de lo valioso, sea la antigua Central Plata, que supuso una etapa de historia en Pepino, o la bella arquitectura del condominio Milennium (en el Viejo San Juan), «en este endrogado país de hambrunas de valores» (p. 66).

Algunos personajes de sus escritos recuerdan a Caballeros de Triste Figura y Ramón Edwin pasa examen sobre los mismos (como en «Galenos», «Correo Intimo», etc.) y da sus referencias sobre Carlos Vélez, el fiscal Gil Bonar, Carlos Pesquera y el issue de la bandera, por decir sólo algunos tópicos.

En resumen, estos relatos me deleitan por valientes, ejemplificadores de nuestros males colectivos y, al mismo tiempo, aplaudo que están llenos de riqueza sabrosa y popular y sus anécdotas aleccionan. Es Colón Pratts un poeta, justamente un letrado. A cada paso, es ocurrente, a veces tierno y con una lezna en sus manos puede ser temible, como fue antes con su «Estilete».

RED DE ESCRITORES

Sobre Ramón Edwin Colón Pratts y «Estilete»

Por CARLOS LOPEZ DZUR


Como primicia de su labor, su experiencia y conocimiento sobre las leyes que rigen a Puerto Rico, Ramón Edwin Colón Pratts ofrece su libro Estilete (Imprenta Caribe, San Sebastián, 2002). Este contiene treintiún artículos y mini-ensayos, escritos y publicados, originalmente, entre los años 2000 y 2002, en el periódico La Estrella de Puerto Rico.

El autor escribe sin omitir verdad, ni ocultar emociones, sobre los problemas concretos de su pueblo y de su isla: Por su estilo y tono, revela pasión, denuncia oportuna y explícita, honestidad sincera y confrontativa y, en suma, la perspectiva anticolonialista con que él visualiza a su gente y la estructura jurídico-social y cultural que incide en (contra) ellos y su nación.

A este tipo de voz, en cuanto no son sus hablantes literarios unos meros espectros decorativos en prosa de ficción, va pareja una dosis de ironía e iracundia; pero es voz necesaria, hoy por hoy y más que nunca. El sabe que hay que clavar estiletes en zonas sensibles de consciencia, separar el grano y la paja, la pulpa pudrida que cubre la semilla, siempre útil y aún fértil; hacerlo al considerarse la sociedad como el objeto que se examina y valora, con fe en su porvenir contrahegemónico y su pulso libertario.

Una sociedad que se adormila e intensifica su letargo por inercia o desgaste; una que tiende a perder sus instintos para llamar las cosas por su nombre, o la vergüenza básica de su honradez moral, sepultando los gritos de consciencia con eufemismos, tal como se expone en el ensayo Los asociados, merece unas sacudidas. En un país de hipérboles, donde los medios de comunicación masiva calaron con penetración artificiosa, forjando una subjetividad desinformante, su imperio de prejuicios y falsas causas (como la descrita en Falsos orgullos y Las dos casas de Elián), hágase desplante a los séquitos de lunáticos que ejecutan sus comparsas publicitarias. Es imprescindible el estilete. Que sea parte sonora del discurso, no ya hegemónico, que es éste el que ya ha transformado historias profundas, conmovedoras y serias en circo y telenovela, en lucro, chantaje y arribismo; basta que se proponga, sin temblar el pulso, hundir el puñal de hoja muy estrecha y aguda donde sea indicado, justo, terapia en frío y en caliente.

El artículo Madrasta de Colón Pratts, a primera lectura, se asemeja al esbozo de una novela de conspiraciones o relato ficcioso, insertable en la corriente de lo macabro, literatura negra. Sin embargo, cada detalle es la realidad al destajo. Escarba el evento criminal más publicitado de su momento. La irreverencia de una telenovela desbordada en desfachetez y delito se queda corta ante casos de homicidios como los cometidos por Lydia Echevarría-Vigoreaux o Generoso Rodríguez («Palilo») en la Matanza del Palmar; gente que, en alguna época, fue admirada o querida, porque, como observa Colón Pratts, es una virtud colectiva, puertorriqueña que, en el fondo de nosotros mismos, pese a la camisa de fuerza del colonialismo, seguimos siendo un pueblo bueno: «este bendito pueblo, compasivo y misericordioso como ninguno, siempre mira con tristeza al hermano en desgracia» (p. 68)

Un libro, con esta textura y gestos interpretadores, que no dora la píldora, ni esconde sus temáticas, fluye verbalmente con agresividad, pero ésta, su agresividad y aún su ira atenuada por análisis, sus burlas contenidas, refrenadas por amor a principios, se reprocesan como ingredientes para el fondo afectivo-existenciario de la historia. Es una agresividad ya bien informada, que se apoya entre sí con sus ingredientes emocionales y se confirma ante el correlato de eventos conocidos, objetivamente cumplidos en el discurso político puertorriqueño.

Como Estilete hay pocos libros escritos por pepinianos; casi se carece de antecedentes, a no ser por las Medinadas de Adolfo Medina González, a principios de siglo y, más recientemente, el cuaderno poético CachivacheColón Pratts ha recreado y reafirmado con Estilete, en las letras pepinianas, una voluntad similar a las ya mencionadas por arremeter contra mercenarios híbridos, macharranes y disparateros. E interpreta que, a partir de las «canilleras ideológicas de Muñoz», es decir, la escuela del muñocismo se «abrió paso a los más absurdos comportamientos» (p. 70). Aún así, él utiliza su trinchera profesional y desde ella comunica a todo un país que, por fortuna, ese abismo ideológico que lo separa del reformismo y el anexionismo colonizado, es un marco salvador, distancia cautelosa y posible «desde estos montes pepinianos» porque, «afortunadamente todavía almacenan un algo de vergüenza» (p. 56).

EnLas doce en punto al referir las payasadas culturales de Doña Fela Rincón de Gautier, Celeste Benítez y el mismo Muñoz, su intención es mostrar lo dañino del mimetismo colonial. Desde los reculajes de la Pava al penepeísmo, encarnado en Romero y Roselló, han proliferado los funcionarios que desde poder detentado transitan hacia al disparate, la corrupción, la legislación esnobista, trivializadora y el delito criminal, no siendo siempre convictos. El resultado final es descrito como la la cafrerización, lumpenización y relajo de la administración pública (p. 59), cuyas manifestaciones habituales tienden a ser ya algo más que cinismo, privilegio y enriquecimiento ilícito, sino violencia política, vigilancia indeseada y viciosa a «distinguida gente prohibida» (el elemento intelectual progresista), agresiones contra el pueblo (obreros en huelga, estudiantes y/o inocentes) y, así como la exquisitación y extranjerización de las profesiones y la pretensiosidad pequeño-burguesa.

Por esta razón, las definiciones de estilete (que sirven de motivo gráfico en la portada) son todas adecuadas para perfilar el contenido y dar título al libro de Ramón Edwin. Estilete lastima y arde como púa o punzón clavado en las collejas del ser-en del Don Nadie, Das Man, con su proyecto desfigurado y desfigurador. Este es el proyecto que permite que en el país, para fines prácticos, prevalezcan leyes que penalizan el ser pobre. Estilete «sirve para reconocer ciertas heridas» en la psiquis colectiva de este pueblo y, como «el gnomon del reloj de sol», marca el tiempo, epocaliza y tempora con sucesión rítmica.

Este es autor se ha beneficiado por el conocimiento de las herramientas críticas y conceptuales del Derecho y, siendo utilizadas por él en las páginas de su libro, sirven para despabilar la candidez del ciudadano y exponer, en sus propios términos, el ejercicio autoritario de la ley, las instituciones, sus trámites y sus regulaciones chanchullescas. Colón Pratts acusará la gratuidad de la arrogancia e irresponsabilidad con que funcionan ciertas instituciones públicas, los artificios despóticos de sus burocracias y, en particular, los que «se jactan de pujar tanto» (p. 18), amparados por el poder de la indiferencia, el enchufamiento y la mediocridad. Bien dice él que, en Puerto Rico:

... en este bendito país (...) el individualismo, narcisismo y el 'sálvese el que pueda' es la regla de oro de la supervivencia... (cuando) ... hay funcionarios que no funcionan, abogados que no abogan y procuradores que no procuran... (ps.107, 109)
En el libro se recogen los comentarios de Colón Pratts sobre los verdaderos rostros y figuras del administrador colonizado: Luis A. Ferré, «cuya única contribución», al pueblo «fue demostrarle que cualquier adinerado puede llegar a la gobernación» (p. 60), Roberto Sánchez Vilella, Justo Méndez, Carlos Romero Barceló, el más desfachatado y criminal, Jorge Collazo, Sila Nazario, José Alfredo Hernández Mayoral (Un hombre sin biografía), Jorge Castro y otros. Claro está, al inicio de su lista, está el extinto Muñoz Marín que, «con todos sus escándalos de buscón de preeminencia y espacio privilegiado en la historia» (p. 59) fue la fuente germinal. Del vientre ideológico de Muñoz, surgirá El Gallito, Rafael Hernández Colón, de quien dice Ramón Edwin que tuvo «el dudoso honor de ser nuestro primer gobernador de probeta» (p. 60).

Cuando nos pasea por algunas páginas de reflexión localista y la nostalgia pueblerina, conocemos un poco más sobre su familia, sus vecinos y biografía personal. Para la generación de su padre y Don Mónico, su compadre, así como la de él, fue importante la memoria musical de una vellonera en su esquina, la discografía de Felipe Rodríguez («La Voz»), el Día de Reyes de los pobres, la evocación de Quebrada Salada, el trauma de la enseñanza del inglés cuando se impuso como agresión cultural, oficialmente, en 1902 y otros temas.

Finalmente, es cierto, Estilete no pretende dar prosa poética como su objetivo esencial; pero, con ensayos como Jorgito, sus evocaciones de lo que fue Quebrada Salada y ya no es más, en Una canallada (que alegoriza el rechazo de la (Isla) Nena al traicionero violador, el macharrán, granuja del Imperio), se alcanza ese nivel que funde ternura, nostalgia y poesía. Y hay poesía en el prólogo de Larisa Maité, la menor de sus hijas, y en la radiografía espiritual con que Taina Maité, la mayor, sintetiza en la contratapa el motivo por el que su padre escribe:

Estilete lleva, de manera auténtica y humana, la fuerza y el encanto de la sensibilidad, expresión y vivencias de su autor; vivencias estrechamente vinculadas al devenir histórico de su tiempo y a la noble encomienda de ser puertorriqueño. [...] Pareciera, que muy a pesar de lo utópico que resulta su lucha por forjar una nación tan fuerte como sus convicciones, su voz, su pluma y su verdad, no se rinden nunca».

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